Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

El arte de no curar

Alcides A. Greca

La medicina como ciencia y arte es una construcción intelectual conocida y remanida. En rigor, no es ciencia en sentido estricto, ya que no se basa en la premisa fundamental de ésta, la corroboración experimental de las hipótesis, su demostración o más técnicamente hablando, su falsación. Los tratamientos empíricos a los que frecuentemente debemos recurrir para un paciente cuyo diagnóstico se retrasa, se dificulta o es imposible chocan de lleno con los mandatos del pensamiento científico. Sin embargo, todos los médicos sabemos, que aunque no son lo deseable, en muchas ocasiones son muy beneficiosos y nuestro paciente se curará, sin llegar a saber nosotros con certeza de qué. Lo que sí es verdad es que en la praxis médica cotidiana, nos valemos a menudo de conocimientos surgidos de la metodología científica. En otros términos, los científicos producen los avances en diagnóstico y tratamiento. Los médicos sólo los utilizamos, al mismo tiempo que otros recursos provenientes de disciplinas diversas. El médico que sólo en la ciencia vea sus herramientas para acercarse a su enfermo, se equivocará y quedará con frecuencia a mitad de camino.

En cuanto al arte, se entiende por tal, aquella parte de la práctica que depende de la sabiduría del médico, de su experiencia, de su capacidad de descubrir aspectos insospechados de la persona más que de la enfermedad. Sin duda alguna, constituye éste un aspecto fundamental de la buena medicina, que ninguna máquina, por sofisticada que sea podrá ejercer. Una entrevista bien conducida y sabiamente interpretada puede arrojar muchos más elementos para la comprensión y para el tratamiento que los mejores tomógrafos y resonadores o las más modernas técnicas de laboratorio. Así, el ars curandi de los romanos, se convirtió en sinónimo de medicina, y hasta hoy seguimos refiriéndonos a nuestra profesión como el arte de curar.

Tampoco es cierto que curar sea lo fundamental que hacemos los médicos, por cuanto la erradicación de la enfermedad (elemento constitutivo de la cura) nos está vedada con mucha frecuencia. La restitución de la salud, como estado de bienestar físico, psíquico y social es un objetivo más probablemente alcanzable, y en este caso podríamos hablar de sanación más que de cura. En la mayor parte de los casos, aunque no se alcance en totalidad el bienestar deseado, aprender a convivir con una enfermedad que ha de cambiarnos la vida, es el objetivo central de la tarea del médico. El cambio de vida aludido, no será siempre y en forma indefectible para mal. A menudo, a las cosas que se pierden y deben abandonarse por causa de la enfermedad, se suman otras, como la revalorización de afectos y placeres que en el estado de salud habíamos dejado en segundo plano, perdiéndonos buena parte de la alegría por vivir. 

Tal vez en un alarde de desmesura, dejamos plasmado en el lenguaje una carga que llega a hacérsenos intolerable. Cuando decimos que el nuestro es el arte de curar, todos esperan eso de nosotros. Y lo que es peor, nosotros mismos lo esperamos. Tal es la razón, a mi juicio, de que tengamos tan mala tolerancia a los resultados adversos, resistiéndonos a admitir que muchas enfermedades evolucionan mal porque numerosos factores fuera de nuestro alcance influyen para ello. Y así, la muerte que sobreviene en todos los casos antes o después, es vivida de igual manera, como el fracaso médico. Cuando se proponen metas imposibles de alcanzar, la angustia, el hastío y la desesperanza son el resultado lógico y previsible.

Bueno sería que nos quitáramos de encima los médicos tan pesada carga y que le dijéramos a todos, pero en primer lugar a nosotros mismos, que el nuestro es un arte, sin duda alguna, pero no es el de curar. Nuestro arte consiste en postergar la muerte por un tiempo, que siempre nos parecerá demasiado breve, y en hacer más disfrutables los días que transcurren hasta su llegada, aun en compañía de una o más enfermedades, porque enfermar y morir son hechos inherentes a la propia naturaleza del hombre. No nos está dado cambiarla pero sí hacer más llevadero el proceso. Parece un objetivo modesto pero no lo es. Nuestros enfermos nos lo agradecerán y la nuestra también será una vida más serena, más agradable, menos angustiosa.

 

 

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