Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

El exceso de información y el aprendizaje de la medicina

Alcides A. Greca

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Límites

Jorge Luis Borges

Todo aquel que disfruta de la lectura de libros y que siente una sutil fascinación por la palabra bellamente escrita, experimenta al recorrer una librería y perderse entre sus anaqueles, una lucha de sensaciones encontradas y en buena medida, contradictorias: por un lado, un placer voluptuoso al tener en las manos libros diversos, contemplar sus portadas y leer muy rápidamente, como a hurtadillas, algunas líneas de sus prólogos o alguna sentencia perdida en medio sus páginas, sin contar ese inconfundible aroma que evoca la biblioteca; por otro, la sensación de impotencia inevitable ante lo que se nos ofrece en sobreabundancia y que pese a nuestro deseo, nos será imposible leer alguna vez. Autores diversos, estilos variados, mundos incógnitos, versos excelsos: todo se encuentra allí, todo lo querríamos abarcar y la renuncia resignada a la simultaneidad, ante el imperio de lo sucesivo, nos obliga a aceptar que todo, en su sentido más amplio, está vedado a nuestras limitadas posibilidades; sólo una parte pequeña nos permitirá el acceso y es con ella que tendremos que conformarnos.

Algo parecido nos ocurre cuando intentamos profundizar en un tema específico, tener una idea completa de lo que se sabe de él en el mundo, establecer un verdadero “estado del arte” al respecto. Antaño, solíamos recorrer catálogos, escudriñar índices de actualización periódica y recurrir a textos de autores reconocidos en la temática estudiada. La sensación de desazón era inmanente: seguramente, debía existir algún texto (libro o artículo), acaso revelador y por tanto insoslayable, al cual no teníamos acceso y sin el cual, la tarea estaba fatalmente trunca, incompleta, inconclusa.

Nuestra generación conoció la aparición de la biblioteca virtual donde se encuentra aparentemente, todo lo que se ha escrito sobre el tema que se nos pueda ocurrir. Como Borges, la comparamos con el universo y ante ella, sentimos que ya nada se nos ocultará ni nos estará vedado. La vivencia omnipotente, sin embargo, tambalea y se nos hace difusa cuando ponemos manos a la obra: de los centenares o millares de artículos que se ofrecen a nuestra lectura mansamente, sin esfuerzo alguno de búsqueda y en un despliegue que no toma más que una fracción de segundo, no sabemos por dónde comenzar. ¿Cómo seleccionar? Sin duda, la calidad de todo ese material debe ser disímil, seguramente en extremo heterogénea. ¿Cómo establecer un orden de prioridad? Es imposible leerlo todo, y aun si fuera posible, ¿sería útil hacerlo?

Trasladado a la medicina, el fenómeno no es menos contundente. Los tradicionales pases de sala de los hospitales universitarios que tienen como característica y razón de ser, el intercambio de información entre sus participantes, docentes y alumnos, son atravesados por fenómenos nuevos que para los más experimentados resultan difíciles de asimilar. Las pequeñas computadoras “de bolsillo”, operadas con notable pericia por los jóvenes, permiten con un simple click en una tecla, encontrar al instante la respuesta con el dato faltante que hace sentir al mayor que no será él quien tendrá la palabra final que dará por clausurada la discusión.

Es bueno, sin duda alguna, que esto así acontezca y nadie debería sentirse menoscabado por ello. Lo que los mayores deben aportar en estos casos (algo que la computadora e Internet son absolutamente incapaces de ofrecer) es la capacidad de discriminación entre lo científicamente válido y metodológicamente correcto y lo que no lo es; en otras palabras, la capacidad crítica.

El conocimiento (algo muy diferente de la mera información, en tanto requiere reflexión aquilatada y sedimentación minuciosa) y la ignorancia son dos platillos de una balanza en completo desequilibrio. Todos, sin excepción alguna, sabemos infinitamente menos que lo que ignoramos. La aceptación de esta verdad esencial nos permitirá, en consecuencia, aceptar sin turbación el dato nuevo e instantáneo. Ese será el momento de introducir la experiencia y la crítica. Y todos, jóvenes y no tan jóvenes, se verán mutuamente enriquecidos.

 

 

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